martes, 25 de enero de 2011
Escucha(s): ¿Esto matará aquello?
La música no está en crisis. Está en crisis el negocio de la música grabada como lo conocimos hasta hace poco y que tuvo sus momentos dorados en las décadas del '70 y '80.
Todos podemos tener una posición tomada: ora a favor de esta nueva ola de bits y streams ora sentir nostalgia por los antiguos soportes físicos. No debe ser casual la resurrección de la edición de vinilos, para una élite, claro está.
Esta pretende ser una primera entrega de una serie de artículos sobre este tema.
La música no está en crisis. Como sucede en diversos ámbitos de la producción, resulta complicado determinar un quantum de producción/escucha de música como para compararlo con otras épocas.
En la actualidad debe haber tanta producción de música en vivo como en otras épocas. Pero viene señalándose desde hace casi una década el declive de la música distribuida en soportes "físicos".
En estos discursos se señala que la piratería está carcomiendo silenciosamente el negocio de discográficas y músicos. Otros señalan que las discográficas no entienden o aún no han sabido reacomodarse al nuevo status quo y no han entendido cabalmente el sentido de los cambios.
Sin dudas existen empresas ilegales que distribuyen -ya no tanto música pero sobretodo películas- a grandes volúmenes y que deben tener beneficios jugosos. Sin duda se debe penalizar ese tipo de comercio y circulación como tantas otras ilegales: por la simple razón de que deben tributarse impuestos (con los cuales el Estado sustenta los servicios básicos de gestión y asistencia social) y además, parte de esa ganancia debiera ir a los productores legítimos. Sobre eso no caben muchas dudas.
Fluidez versus atesoramiento
Pero la penalización de los negocios ilegales es sólo un aspecto del fenómeno. Porque dificilmente la normativa podría alterar por completo el curso de estos cambios, que son mucho más profundos. Sería muy difícil, arduo y posiblemente autoritario, penar por ejemplo a Google por exhibir entre sus resultados un enlace a un sitio de descargas ¿Se podría perseguir acaso a aquel que "grabe" un compilado de temas para regalar a una novia? Exactamente lo mismo ocurría en tiempos del cassette, sólo que la digitalización ha planteado el mismo fenómeno pero en una escala totalmente diferente porque ha llevado las posibilidade de reproductibilidad técnica a otros niveles de calidad, radicalmente diferentes a los de la era de la copia analógica. Posiblemente sea eso lo que la industria de la música grabada aún no haya comprendido por completo.
El antiguo regimen de la escucha de música grabada tenía asociado toda una serie de narrativas ordenadoras. Comprar un disco era en sí mismo un relato completo: conseguir el dinero, ir a la disquería, conversar con el vendedor, obtenerlo, volver a casa, arrancar nerviosamente el celofán en caso del CD, y ponerlo en el reproductor. Llegado ese momento el resultado podía ser alucinador o decepcionante, según cómo le sentara a nuestro juicio ese paquete de música grabada desplegado en el espacio tiempo de nuestra sala. Ese microrrelato condensado comprometía emocionalmente a sus actores ¿Será que realmente las discográficas no comrendieron qué es lo que tiene de específico el disco (CD, vinilo o el formato) o físico que apareciere? ¿Después de décadas de ser los dueños de la industria?
Más bien habría que preguntarse qué pasa en el lado de la demanda. Y cómo surgen y se moldean las preferencias de los consumidores, algo que es mucho más difícil por otra parte.
A mí desde hace tiempo me llama mucho la atención que en los equipos actuales de "Alta Fidelidad" -término que por otra parte parece ya olvidado- sean unos trastos luminosos, que parecen más dignos de una kermés que de una sala de estar.
Es evidente que el consumo de música grabada del antiguo régimen se des-democratizó, es decir, se ha vuelto consumo de sectores minoritarios. Mientras la corriente principal va a través de bits y streams, léase MP3 o similares.
Parte de los equívocos vienen dados porque a menudo se suele considerar a la música en formatos numéricos (llamémosla bits y streams), al igual que al software de computadoras como bienes "inmateriales". Pero no lo son tanto. Después de todo, un disco de vinilo, analógico, era ni más ni menos que una forma (analógica) de empaquetar el sonido. Si se quiere, una forma que no requería "código" en el sentido de que la impresión en el surco tenía una relación más o menos directa con las ondulaciones sonoras captadas por el micrófono. Rudimentariamente, en una hipotética isla desierta un hipotético Crusou podría haber escuchado un disco (de 78 o LP) con una tecnología rudimentaria, acaso haciéndolo girar a mano sobre un eje vertical y usando como pickup alguna punta de cactus adosada a una membrana sensible que desplazara aire. Si el ruido del mar le dejaba oir algo. Hipotético, ultra rudimentario, pero posible. Sobre esa misma creencia se basó el envío de discos en la zonda espacial Voyager. En parte hipotético, porque por más que fuera analógico, el disco tenía un alto grado de procesamiento y tecnología, tanto en la producción como en la reproducción. Si se quería que el disco sonara de manera decente.
La especificidad de los "nuevos" soportes no tiene tanto que ver con su pretendida "inmaterialidad" sino con la fluidez ofrecen para hacer circular la grabación y sobretodo para operar sobre el producto sonoro. No es que las computadoras, los reproductores de formatos como el mp3 o los celulares sean bienes inmateriales, sus memorias persistentes que "soportan" o almacenan el sonido en forma de información numérica tampoco lo son.
La operabilidad de los oyentes siempre ha sido un deseo. Desde las épocas más antiguas del antiguo regimen de escucha. Recuérdese los rumores de mensajes ocultos (esteganografiados) en las canciones de The Beatles. En la era del vinilo resultaba sumamente difícil para el oyente promedio conseguir hacer girar un disco en sentido contrario para verificarlo o quizá sumarse a la creencia de un segundo mensaje esteganografiado. Además significaba poner incluso en peligro el soporte, es decir, romper o dañar el disco.
Hoy la operabilidad en la escucha está al alcance de la mano. Música empaquetada como flujos de bits son fluidos en su operabilidad y en su distribución. Los rumores de que Lennon y Mc Carthney filtraran mensajes demoníacos en sus grabaciones perderían rápidamente sustento porque cualquier chico lo verificaría en minutos.
Quedan para otras entregas las otras narrativas ordenadoras del antiguo regimen, por ejemplo los discursos acompañantes al disco (arte, critica, publicidad) como el del coleccionismo.
La tarea pendiente es buscar qué ha sido de esos discursos en el "nuevo" regimen de la escucha, basada en el registro numérico.
¿Esto matará aquello? Posiblemente nadie pueda asegurarlo, pero las catedrales no desaparecieron con la aparición del libro masivo. Por el contrario, la nueva operabilidad sobre los textos que brindó el libro masivo no hizo más que acrescentar la producción de conocimiento. Por tanto, no habría que alarmarse tanto ante los nuevos regímenes de escucha de música.
Matías Gutiérrez Reto
Buenos Aires, enero 2011.
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